Penélope

Como la triste canción ella se llamaba Penélope. Sus cabellos de color castaño claro sabían danzar en el viento mientras que su mirada melancólica de grandes ojos verdes era empañada por una sonrisa generosa. Era delgada y distinguida. Su piel era como de satén y sus manos parecían de pianista.

Podías hacer como si no la notaras, con lo cual la desafiarías. Aparentaba ser segura y decidida. Y no dudaba en mirarte con desdén. No le temía al mundo, o al menos eso suponía.

Solía caminar seria, como concentrada en lo que tenía que hacer. Tenía un humor sarcástico que no todos podían entender. Opinóloga de nacimiento, ella todo quería saber, aunque mucho conocía o al menos nos lo hacía parecer. Soberbia por momentos, para algunos no del todo agradable. Sucede que era como un meteorito pero, encantadora en verdad.

Amante de la naturaleza. Portaba un estilo simple y relajado. Tenía un corazón sincero, cariño predispuesto, afinidad con los niños y gran solidaridad, podías contar con ella sin importar el día o el lugar.

La conocí casualmente a través de otra amistad. Fue difícil al principio empezar a dialogar, me sentí subestimada mientras que no la supe interpretar. Son de las personas que generan rechazo o total afinidad. Más, tan sólo en unos días me enseñó a mirarme en el espejo... y a través de él.

Tuvimos nuestra etapa de colegas donde compartimos experiencias y nutrimos nuestras almas con la forma pensar de la otra. Hace tiempo que no la he visto. Supongo que siguió su rumbo. Como yo sigo con el mío. Similitudes y diferencias fue una interesante conexión.

Penélope no se detuvo a esperar. No la podías parar. Sabía bien lo que quería en esta vida, tan sólo que no sabía con quien. Pero lo iba a averiguar.


Foto: Julia Tsoona

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