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Mostrando entradas de mayo, 2012

La historia del taxi

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Apurada salió de casa, dio la vuelta a la manzana para llegar a la avenida y tomar un taxi. El semáforo cambió a verde y le impidió cruzar; el conductor la vió y respondió con rapidez para esperarla. Se tranquilizó cuando notó que el auto ya aguardaba; en pocos segundos ya habían emprendido la marcha. Había tenido una semana agitada, de esas donde las emociones son ambiguas y el pesar persistente. Los tiempos calculados fueron correctos, así que simplemente aprovechó el viaje para relajar la mente.  Más, como buen taxista, el chofer tenía algo que comentar. Pasaron por una manifestación, lograron circular, “porque no era lunes” - dijo él. Pasaron por una villa de emergencia, le habló de la inseguridad y del compañero que no pudo zafar. Pasaron por la estación Terminal de ómnibus interurbanos, “pero que linda está”- susurró. Y no supo bien como salió el tema de la felicidad. “Tan sólo después de veintiocho días de habernos conocido, ella y yo nos casamos” Con una d

La que partió

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Extraño a la pobre ingenua que fui, La que se creía el cuento de cada infeliz. La que apostaba al mañana con tan sólo unas migas. Quien no escuchaba al reloj cuando le decía “él ya no vendrá”. Aquella llena de ilusiones y curaciones para el alma. La tonta, la buena, la que no sabía pedir Y que se conformaba con oír quince minutos Cuestiones superfluas e historias que jamás hablarían de sí. Hecho de menos la alcoba decorada para dos, La casa perfumada y en orden, El mantel nuevo y prolijo en la mesa. Las flores frescas en el ventanal. Me falta la confiada y generosa, La que no buscaba nada pero esperaba todo, Esa que entre espinas se entregaba a sentir Aunque en el fondo dudaba si se iba a repetir. Se ha marchado la hermosa, la fresca, la alegre, La que siempre dio sin nada recibir. Quien parecía de hierro y resultó de cristal. La que golpe a golpe pudieron quebrar. Ella, la soñadora, la enamorada de la vida, Aquella que defendía los bombones c

La historia del Bar

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    Se conocieron un sábado a la noche. Elvira tenía una copa encima mientras que Augusto portaba algunos tragos de más. Los dos salieron aquella noche para acompañar a unos amigos: los dos salieron distraídos sin mucha intención.    Después que sus compañeros entablaran el diálogo en la barra que todos compartían, volvieron sus miradas errantes hacia los ojos del otro. Lo pensaron por un instante y empezaron a charlar. De los otros se olvidaron y se animaron a bailar.    Con la madrugada llegó el primer beso y la invitación para algo más. Tomados de la mano partieron juntos a desayunar. Querían seguir compartiendo historias y escribir una más.    Para la hora del té, ella propuso un pacto de treinta días, ni uno más. En caso de que él aceptara, el lunes debía confirmar.    Augusto pensó la propuesta, compromiso no andaba buscando pero, ella dejó bien en claro que el día treinta y uno ellos volverían a ser dos extraños. Le llamó la atención y despertó su curiosidad, seguro que