La historia del Bar
Se
conocieron un sábado a la noche. Elvira tenía una copa encima mientras que Augusto
portaba algunos tragos de más. Los dos salieron aquella noche para acompañar a
unos amigos: los dos salieron distraídos sin mucha intención.
Después
que sus compañeros entablaran el diálogo en la barra que todos compartían,
volvieron sus miradas errantes hacia los ojos del otro. Lo pensaron por un
instante y empezaron a charlar. De los otros se olvidaron y se animaron a
bailar.
Con
la madrugada llegó el primer beso y la invitación para algo más. Tomados de la
mano partieron juntos a desayunar. Querían seguir compartiendo historias y
escribir una más.
Para
la hora del té, ella propuso un pacto de treinta días, ni uno más. En caso de
que él aceptara, el lunes debía confirmar.
Augusto
pensó la propuesta, compromiso no andaba buscando pero, ella dejó bien en claro que
el día treinta y uno ellos volverían a ser dos extraños. Le llamó la atención y
despertó su curiosidad, seguro que podría manejar los imprevistos. Así, lunes por
la tarde se anotó a participar. Acordaron
reunirse el día siguiente en un restaurante céntrico.
Aquel
martes, en la cena, gratas sensaciones de reencuentro, quedando no muy claro si
por la formalidad o por el deseo en aumento. Fue la ocasión para dejar en claro
las bases del acuerdo, despejar dudas e introducir innovaciones. Entre otras
cosas se acordó que los encuentros serían alternados en cada domicilio, que una
vez por semana irían a algún lugar fuera de la ciudad donde nunca hayan ido,
que no hablarían de ex parejas, que verían una película clásica cada diez días,
que dormirían abrazados, que no se contactarían en horario de trabajo, que el
domingo cada cual estaría con sus amigos, que el día treinta beberían un buen
vino Malbec guardado en roble francés, y que el día treinta y uno borrarían
todo dato físico de contacto.
Cumplieron
con cada norma enunciada sin mayores esfuerzos, una mixtura perfecta entre
instinto y razón.
En
lo hogares disfrutaron de las historias de amuletos y fotos de viajes.
En
la cita semanal aprovecharon para conocer una laguna, una montaña, un parque y
un antiguo museo.
No
hablaron del pasado, lo que les permitió disfrutar el presente.
Las
películas viejas les conectó con sus antepasados.
Dormir abrazados los hacía sentirse seguros.
Respetar
los horarios generó predisposición.
Los
domingos entre colegas despejaba inquietudes.
Sin
casi notarlo, llegó el momento de descorchar el final.
En
la casa de Augusto, una botella y Elvira aguardan dos copas y un destapador. Ella
se siente víctima de su propia ley. Él quiere al reloj detener.
Los
dos imaginaron renovar el arreglo pero siguieron adelante sin claudicar.
Tras
el vencimiento, nunca volvieron ni uno ni el otro a aquel bar.
Cuando
se extrañan no saben que número marcar. Y tocar a la puerta, ninguno se anima
sin invitación previa.
No
hubo intención ni quien los proteja de que enamorarse sucediera.
Rara
combinación de deber cumplido y amor fallido.
Algo asi como la Peli "Dulce Noviembre".
ResponderEliminarA la pregunta, funcionaría mas? mmm...quien sabe? la autora del texto que opina..?
Los idealismos que se dan en el período de enamoramiento superan casi todas las diferencias pero el tiempo es el que juez mas define si da la entrada al amor o si todo queda ahí.
En mi opinión a veces es mejor un hermoso recuerdo a un mal final...pero ese soy yo que ya pase por bastante
Sabían que seguían libres en definitiva y optaron por seguir libres al final... pero, si arriesgamos no creo q se hubieran dado la oportunidad de otra manera.
ResponderEliminarSin embargo, si uno no se anima como saber si tiene final feliz.
Sin dudas las experiencias pasadas condicionan las futuras.
Gracias.