Apego

(Fotografía: Nastia Vesna) 


Fueron muchos los años que pasó queriéndole; la mayor parte desde la distancia, desde la ilusión.
Recuerdos y sueños de palabras mágicas vertidas desde su alma, una mano fuerte invitándole a caminar, y su mirada tierna pero penetrante congelando el aire y su resquemor.
Fue entre tardes regaladas y entre un par de amaneceres, entre beso y verso se dejó atrapar.
Convirtió su perfume en su aroma predilecto y le entregó su corazón sin pedir nada, sin intentos de negociar.
De esta manera se involucró ingenua, se convirtió en la presa desprevenida, resultando él un experimentado cazador.
A pesar de todo, el bandido esbozó el primer “te quiero” y las valientes dudas se fueron desterradas cual insolentes.
Sin medir consecuencia alguna lo invitó a pasar, no distinguiendo su mirada de coleccionista, no presintiendo una tramposa manera de actuar.
Tomó un tiempo considerable saberse otra de una lista pues, compró con excusas la butaca en primera fila, en la que quedó olvidada desde la primera función. Encontraba razonable sus tiempos tardíos y con intuición dormida creyó cierto su amor.
Y él siempre se iba y se va, mientras ella obediente se coloca uno a uno los candados de cristal, tan frágiles que cuida de no romperlos, tan propios pues, ella los fabricó.

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