Hondura

Photo: Nastia Vesna
Fue como una profecía previamente anunciada.
Cuando cumplió treinta años
Todo, absolutamente todo le empezó a molestar.
Las faltas de amor y respeto,
De consideración por el prójimo,
De atención, de palabra, de consensos.
Como también los excesos
De aprovechamiento y desventajas,
Consumismo, hipocresía y artificialidad.
No podía hacerse la distraída
Ante la pobreza, la corrupción, la indiferencia,
La manipulación, la inseguridad y el individualismo.
La esperanza se extinguía y
Los sueños dejaron de venir.
Las quejas empezaron a desbordarle
Y ella detestaba a la gente así.
De este modo, cada vez conocía más
Y  se sentía menos tranquila.
La soledad y la desazón iban en aumento
Ante menoscabados deseos de un lugar mejor.
La apatía se fue desarrollando
Lenta y silenciosa dentro de su pecho
Y cada ser parecía sospechoso cómplice del caos reinante.
Empezó a sentirse extraña, forastera en su tierra.
Soleadas tardes la encontraron ermitaña en su aflicción.
Era la única a la que parecía importarle los acontecimientos
Más, no le quedaban trucos para algo cambiar.
Se preguntaba sobre su función, su postura,
Ante niños adultos y adultos que se creen niños,
Caminando por la calle sin certeza de regresar al hogar,
Ante votos comprados y bajo la voz del que más fuerte grita,
Aturdida ante el vacío de la verborragia del soberbio.
Salir a la calle y ver rostros en tonos grises
Le tornaban insoportable la tarea diaria.
Lisa y llanamente cansada.
Ya ni un pájaro en su cabeza resistió.

Contuvo el Big Bang.
Tomó el malestar como un momento
Tan oscuro como temporal,
De otra manera sería el fin de lo que siempre quiso
Y la que alguna vez fue. 

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