La historia del taxi


Apurada salió de casa, dio la vuelta a la manzana para llegar a la avenida y tomar un taxi.
El semáforo cambió a verde y le impidió cruzar; el conductor la vió y respondió con rapidez para esperarla.
Se tranquilizó cuando notó que el auto ya aguardaba; en pocos segundos ya habían emprendido la marcha.
Había tenido una semana agitada, de esas donde las emociones son ambiguas y el pesar persistente.
Los tiempos calculados fueron correctos, así que simplemente aprovechó el viaje para relajar la mente. 
Más, como buen taxista, el chofer tenía algo que comentar.
Pasaron por una manifestación, lograron circular, “porque no era lunes” - dijo él.
Pasaron por una villa de emergencia, le habló de la inseguridad y del compañero que no pudo zafar.
Pasaron por la estación Terminal de ómnibus interurbanos, “pero que linda está”- susurró.
Y no supo bien como salió el tema de la felicidad.
“Tan sólo después de veintiocho días de habernos conocido, ella y yo nos casamos” Con una declaración así hasta el más dormido abre la oreja. Ahora él tenía toda su atención.
Diferencias familiares que se revirtieron, trabajo que distanciaron de los hijos y la pareja, un hijo del alma para la comezón del séptimo año y problemas incurables de salud que desaparecieron cuando llegó un hijo cincomesino para redoblar la apuesta.
La historia resultó más interesante y profunda de lo que pueden imaginar. Salpicada de vicisitudes de todo tipo, causalidades, milagros, esperanza y fe. Los hechos se alternaron para unir esa pareja cada vez más. 
Él, tan sólo era un agradecido de lo que tenía, no creía más que en la buena voluntad y apostar a la felicidad. Casi un profeta.
La vibración amorosa de aquel caballero por su familia y su historia, le puso la piel de gallina. Por los veintiocho minutos que duró el viaje, ella pudo al menos sentir en su corazón la templanza.
No importa si le creyó, más encontró motivos para creer.
Estaban arribando cuando soltó la última frase, “Y llevamos veintiocho años de casados y doy gracias a Dios que la encontré” a ella la dejaron sin palabras. Parecía sincero, y le había abierto su corazón a una extraña. Y ella, por dentro solamente, podía decir gracias.
Que increíble, él no lo sabía, ella acudía a una cita, una más de las que su inconciente estaba preparado para boicotear. Es que su historia era diferente y ella no había logrado encaminarse hacia lo que ansiaba en realidad sino que se la pasaba arrojando piedras al ir caminando y de vez en cuando saltando entre voces errantes. 
Sus palabras algún botón tocaron. Así que, se bajó del auto diferente y se dejó fluir, confió en que sea lo que sea que sucediera aquella tarde, era lo único que podía suceder.




Fotografía: Bettina Dávalos

Comentarios

  1. Suele suceder que las palabras en boca de extraños (así como le pasa al personaje femenino del relato con el taxista) parezcan del más allá, y justas para enfocar a una persona en el camino correcto del cual se ha desviado o el cual no visualiza. Pasa, sí. El porqué no tiene importancia, tal vez sea todo obra del destino o del minucioso equilibrio cósmico. Sin embargo lo que es magnífico es el punto de inflexión que se genera, el "clic", el "crack" que sucede en quien es objeto del mensaje, pues parece que sus oídos se abren, su visión se aclara y sus sentimientos se revolucionan logrando cierto "entendimiento" antes vedado.

    No sé, señorita escritora, si todo el mundo recapacitaría o abriría sus ojos tras escuchar que alguien lleva veintiocho años de casado, sí sé que aun en el más mínimo mensaje que un extraño nos de podemos encontrar un grandísimo tesoro, inclusive una señal tan clara y fuerte que capaz recordemos toda nuestra vida.

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    1. Y es también interesante como hay simples miradas, sonrisas, roces, caricias y hasta monisilabos que nunca se olvidarán, sin importar su origen, duración o pertinencia.
      El misterio del momento en el que se toca un corazón aún no fue develado, por suerte.

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