Un día pensando en ti


  No había sol aquella mañana ni el cielo se decidía si dejar llover.
  Fue entonces, cuando estaba mirando la silueta tenue de las sierras a través de la ventana, que programé un domingo diferente a los que me había habituado aunque muy parecido a uno de mis veintitantos años.
  Me puse el vestido negro corto con flores rojas hechas al crochet. Elegí los zapatos acordonados, sin taco, de cuero rojo labrado, para combinar. La cartera negra, yacía colgada, siempre lista.
  Agregué unos aros colgantes, una pulsera ancha y negra, y una pequeña flor roja en el lado derecho para sostener mis cabellos.
  Preparé en pocos minutos un té de rosa mosqueta y manzanilla; disfruté ese instante bebiéndolo y salí.
  Era un día de abrasadora humedad.
  Caminé bastante por aquellas callejuelas tan familiares que me llevaron al museo del parque. Al llegar a la entrada, vi que exponían algo nuevo procedente de Portugal y decidí entrar. Hice todo el recorrido habitual hasta que me topé con una pintura frente a la cual permanecí incluso más tiempo del que había demorado en contemplar todo lo anterior.
En el cuadro se podía ver una pareja de amantes que se perdían entre las sábanas al óleo y brillantes flores multicolores. El vino lo sabía todo, invitaba a todo desde el principio y hasta el final cuando la música excitaba seguramente hasta el más profundo, dormido y entrañable de los instintos. Pero ese beso, que rozaba amorosamente sus labios carmesí, mientras que los ojos permanecen cerrados para evitar distracción y perder cualquier sensación que por tenerla en sus brazos podría quizá disfrutar mientras sus manos asegurándola a ella contra su cuerpo de hombre enamorado que sólo desea amar. Que decir de ella, mujer, feliz, amada, tan bella, entregada al éxtasis de su unión, sintiéndose viva pero eterna, siendo la protagonista de una historia de amor.
  Yo sólo atiné a sentir que éramos tú y yo. Añoré más bien.
  Un ruido en el estómago me indicó la hora, me despedí con una sonrisa tibia y partí.
  Regresé a casa, con tanto calor que no pensé en preparar más que una ensalada con lo que había: tomate, remolacha, palta y zanahoria con unas hojitas de perejil de la huerta como decoración. Puse el mantel blanco, cubiertos, servilleta, vaso con jugo, una flor. La comida quedó bien colorida, finalmente agregué sal y limón.
  Todo estaba impecable hasta que el jugo de la ensalada se escapó del plato por un mal movimiento. Un camino de color borravino me devolvió a aquel cuadro y a tu balcón.
De repente yo había sido transportada a aquella cena donde cayó la copa de cabernet sauvignon con al menos 2 años en barrica de roble francés que solía ser nuestro cómplice; esa noche perfecta donde todo fluyó entre los dos.
  Ya de regreso, comí de postre, tu chocolate preferido.
  A la hora de la siesta, decidí acomodar las fotos. No encontré una sola que no hablará de ti o quizá mis manos se metieron entre las que te gustaban, las que vos creaste y las que te saqué yo.
  Me olvidé del té y cuando vi el reloj terminé con la melancolía y me fui a bañar.
  Después de una ducha con geles de hipérico y papaya, prendí unas velas aromáticas para ambientar. Anduve sin ropas por la casa y otra vez reminiscencias de cuando viniste sin avisar, me tomaste por sorpresa y me abrazaste fuerte, clavaste en los míos tus ojos de miel y te dije no tengo nada que ocultar…
  Fue un domingo de extrañarte y pensar en esas cosas que no queda a quien mostrar. Por suerte ya no importa si te acuerdas, si no vienes nunca más, tu mirada se grabó en mi alma y así sé que sucedió de verdad.
  Perfumé con agua de lavandas mi lecho y con un florido camisón de raso, regalo de mi abuela, me fui a dormir.

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