Amaneciendo despacio


Se levantó con la inexistente prisa de las mañanas de invierno.
En la mesa de luz había un vaso medio vacío,
Y no pudo ver nada a través de él.
Hizo el esfuerzo y se puso de pie.
Se abrigó como infinitas capaz tiene la cebolla,
Cambió sus pertenencias de cartera,
Subió el cierre de las botas,
Arqueó sus pestañas sin máscara,
Miró por la ventana,
Revisó la hora en el celular,
Agarró una ciruela madura
Y salió en horario para cumplir con su agenda.
Un cielo de espesas nubes en variedad de tonos grises
Enmarcaban el paso firme pero cauteloso del Sol.
Pocos transeúntes en las vías habituales
Le daban un poco de holgura a su caminar.
El primer trámite postergado la puso incómoda,
La segunda insatisfacción la enfadó
Y el tercer tropiezo derramó el vaso del optimismo.
Al salir del local estalló en lágrimas.
Siguió caminando unas seis cuadras,
Se paró en un rincón entre los desniveles de dos casas,
Y se permitió llorar,
Se dejó lagrimear sin más,
Era lo menos que podía hacer,
Ya no podía contenerse.
El agotamiento, las responsabilidades,
Las presiones propias y ajenas,
La humedad en la pared del living,
El zapato arruinado por el zapatero,
Las vacaciones lejanas,
La inflación, la inseguridad,
El retrasado aumento de sueldo
Y la soledad.
Casi no trató de disimular,
Hizo lo mejor que pudo en el menor tiempo posible
Para dejar salir su angustia.
La agenda seguía tironeando
Y Los hombros empezaron a pesar.
No tenía pañuelo así que,
Recogió las lágrimas con la mano derecha
Y observó formado un camino acuoso
Desde el inicio de la línea del corazón
Hasta el final de la línea de la cabeza.
Lo interpretó como un atajo,
Le dió significado, sin dudas, una señal.
Suspiró casi quejumbrosa y volvió al camino.
No le gustaba tener la mirada nublada.
Podría decirse que el día estaba horrible
Pero, fue sólo un estado emocional pasajero.



Fotografía: Bettina Dávalos

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