Escena de tarde

Es tarde y Dany me espera. Cuento setenta gotas de hamammelis mezcladas con lo que queda de té blanco en mi taza y los tomo con una pastilla de centella asiática. Agarro el bolso y bajo por las escaleras. La pesada puerta de calle se me viene encima, no me siento con fuerza hoy, y logro salir más con dificultad. 

Aún queda algo de sol de otoño para el camino. Cruzo la calle y sigo derecho. Los remedios homeopáticos me han mareado. No estoy bien. Camino en una vereda llena de hojas, mientras percibo el tránsito a mi izquierda que avanza lentamente. El olor a marihuana desde un auto viejo y cubierto de polvo termina de repugnarme. 

De frente avanza una pareja de hombres de alrededor treinta años, parecen salir de la clínica de la esquina; el más joven le abre la puerta de la camioneta para que suba quien tiene una venda en el brazo izquierdo y luce desmejorado, justo cuando paso a su lado. La imagen me hace anhelar algo de afecto. Quizá mucho afecto. 

En la esquina de enfrente me ubico en la parada del ómnibus. Meto la mano y revuelvo mis cosas luego, saco del bolsillo del bolso la tarjeta para pagar el boleto. Cuando lo cierro, agarro un mechón de cabello, pero no duele. En la manija veo una hormiga que va subiendo y al soplar cae.

Vienen varios coches pero el tercero es el que me lleva a destino. Al subir veo con placer que hay varios asientos vacíos, elijo uno con la ventana abierta. Me siento y dormito.


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