Día domingo

Fuimos a votar con Simba, corrió todo el camino en subida hasta la escuela Dean Funes, estaba más ansioso que yo, quería llegar, acompañarme como siempre en días tan importantes. Al entrar a la escuela, caminaba como señorito inglés, pecho erguido, cabeza en alto, como si recordara la mesa y todo. En eso, nos intercepta un gendarme robusto, alto y morocho: - él no puede ingresar, dice. Así que media vuelta, luego de alcanzar divisar la mesa 140 desierta, al igual que sus vecinas, no quedaba otra, salimos marcha atrás hasta la vereda donde un policía impoluto, medio al sol de la mañana, estaba parado pacífico casi orgulloso, entre algunas bicicletas que sospecho también cuidaba, me acerqué: - puedo atarlo aquí 5 minutos para ir a votar?, le dije. - Claro que si, respondió con una sonrisa.
Retomé raudamente la ruta de mi obligación inminente, presenté DNI. Ahí ellos, como siempre predispuestos, los fiscales encontraron rápido mi apellido, me dieron el sobre, entré tras la desvencijada puerta del aula -que les comenté en la anterior votación-. En el centro a cual altar, una pupitre, dos pilas simétricas de votos de distinto color y calor se hallaban encima; tomé el de la izquierda, me detuve un segundo, como si mi papá estuviera ahí acompañándome con su detallista actitud, revisé por las dudas, se habían pegado y eran dos votos juntos, separé uno y lo metí en el sobre. Lengüetazo, no puedo describir de otra manera el acto, di media vuelta y salí.
Dos personas esperando ingresar mientras mi elección ingresaba en la urna. La imaginé flotando mientras descendía como una pluma, aterrizando en un colchón de otras más. Firmé (me salió sorprendentemente hermosa, me quedé observándola un brevísimo instante), retiré mi identificación, agradecí deseando buena jornada para todos. Salí por la puerta grande, cosa hermosa que tiene de bueno esta escuela de Nueva Córdoba (como si te recibiera con los brazos abiertos cuando arribas y te despidiera más tarde con genuinos deseos de libertad).
Afuera lo miré y llegué a su encuentro; mi precioso estaba con su custodio: - no sabes como lloraba, comentó. Agradecí de nuevo y comenté sobre su apego, nos alejamos unos pasos, dejamos nuestro aporte a la campaña de Fundación Ceipost, que tiene un ahí un hoy abarrotado punto de recolección de plásticos para reciclar. Cruzamos calle Independencia, y retomamos el camino a casa, con idéntica algarabía pero con mayor serenidad. Comprobado esto con el hecho de haber cruzado a no menos de 10 canes y ninguna caniche loca histérica que siempre le ladra a mi precioso y juguetón cachorro sin motivo aparente. Llegamos a casa acalorados de un día de sol pero antes de entrar, respiré profundo aire de domingo. Bettina Dávalos



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