Pero no
Si me preguntan por él
debo decir que no lo conocí
más allá de haber tenido
un par de encuentros íntimos, no sé.
No sé cual es su color favorito,
en que ciudades ha caminado,
que música acompaña su jornada
ni cual es su sabor de helado,
o si come goma de mascar...
Nunca hablamos de sus sueños,
-ni sé si alguno tiene-
o que piensa acerca del pasado,
y si olió alguna flor real.
La última vez en su morada
caminaba descalzo;
había empezado a fumar.
Bebía siempre gin con hielo.
A mi me daba igual.
Se hacía el espíritu anciano
pero actuaba como un niño
(de los que almuerzan
casi a diario con mamá).
La noche cuando lo conocí
aquella en el bar de Pepe,
nos paramos frente a frente,
mirándonos a los ojos fijamente,
ambos de color marrón.
Inevitable sonreír...
Los cuerpos se acercaron
con la luz tenue,
música de festejo (la contradicción).
La noche fue avanzando,
nuestros amigos
uno a uno marchando.
El adiós era consigo
imposible consentir.
Esa noche lloviznaba.
Caminamos a su morada,
yo iba acurrucada,
lo llegué a disfrutar.
Había un libro de sicomagia
y restos de una carrera comenzada,
un suspiro,
una bufoneada,
una ironía de más.
Me acuerdo del color de sus sabanas,
su velador de luz led blanca,
unas pantuflas revoloteadas
y uno que otro souvenir.
Lo que sea que haya dicho
por curiosidad o destino,
no resultó estable,
es una persona
que nada conocí...
No recuerdo sus latidos,
ni le preparé café,
no inventé excusas nuevas,
El beso estuvo bien.
Caminé sola hasta mi casa
entre veredas desiertas
en un otoñal amanecer;
tenía las mejillas frías
mas tibia aún la piel.
Disfruté de una ducha tibia,
me cambié y acosté.
Y me dormí sin conocerle,
ni la más remota idea de quien es.
Bettina Dávalos
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