Eter

Estábamos charlando con un cuasi amigo cuando por sus comentarios pude recordar cuando conocí a un chico que tenía una novia, en una relación en crisis, con fecha de caducidad... Y de paso recordé aquella historia, y pasé a contar.
Apenas con más de veinte, tuvimos un “flash” y empezamos a salir, vivíamos en ciudades distintas. Cuando lo mandaban a trabajar a otro lado, me avisaba poco antes y yo viajaba más de mil kilómetros para verlo. Dejaba con eficaz esfuerzo logístico a mi trabajo y a mi pequeño hogar para compartir con él no más de dos días. Pagaba todos los gastos de mí bolsillo claro, corría hasta la terminal de ómnibus, reservaba un petit hotel. Viajaba algo de dieciséis horas horas de ida y dieciséis horas de regreso. A veces lo veía menos que eso. Lo acompañaba a reuniones, compras, filas, almuerzos improvisados, cenas de carrito, menos a la cancha, lo que tuviera que realizar. Hasta le compré camisas. Yo estaba enamorada aunque evidentemente no podía ponerlo en palabras. Nunca le pedí nada, ni siquiera un adelanto de agenda para saber cómo vestirme y estar acorde. Igual algo funcionaba. Para él era una aventura y yo una piola que se adaptaba a su agenda, mes tras mes. Incluso él decidía si responder, si contarme, si estar bien a la distancia o poner silencio a todo, y volver a llamar.
Cuando se separó no me avisó. Volvió con ella; al tiempo me contactó, por eso lo sé. Siempre esperaba que yo estuviera disponible y supiera que él necesitaba tiempo para organizarse y darme algunas horas, casi sabía a limosna. Con los años nos alejamos completamente. Nunca más un email, un mensaje de texto, un llamado de cumpleaños, una ecard de Navidad...
Este verano volvió a escribir, por trabajo vendría a la ciudad. Mi ciudad. Sobre la hora -literal- tendría mayores datos... Y lo vi. Y en su cara noté esperaba él que yo fuera la misma -adaptable, resignada, come migas- que podría estar cuando a él le sobraran las ganas, de comer algo de pasada, una cerveza helada y a la cama.
Y ahora sé que viene, y que ya ha venido muchas veces antes sin contactarme, no lo considera necesario u oportuno, imagino... No tiene ganas. Y volverá. Hasta cabe la posibilidad que escriba o casualmente nos vayamos a cruzar. Las calles son muchas mas, los caminos que elegimos terminan siendo comunes.
No. Necesito más de eso. Ni de él ni de nadie. Estoy bien y, por lejos, no me interesan las sobras. Yo no busco eso desde hace mucho tiempo. Como a él, me basta su recuerdo. Y marchar con paso firme, con la vista en lo que importa, no ir tras una bonita distracción. El tiempo pasa.
No se dan cuenta los hombres así, se vuelven tan aburridos. Tan livianos. Tan líquidos. Historias tan olvidables como el beso que te dan...

Bettina Dávalos

Comentarios

Entradas populares de este blog

Disimuladamente

La historia del Bar

Chica de ciudad